Alfonso Aguiló
Las personalidades tímidas, vacilantes, inseguras, suspiran siempre por tener a su lado dictadores, aunque a veces se revistan de la modesta apariencia de consejeros. ¿Qué debo hacer?, preguntan siempre, con la esperanza de que una receta les libre de cualquier decisión personal. No quieren decidir, no quieren arriesgar, se les hace insoportable la responsabilidad.
Otros son excesivamente razonadores y se ahogan en la perplejidad. Tienen miedo a la realidad. Son individuos que retrasan siempre sus decisiones, porque les paraliza su ansia de seguridad y su terror a asumir riesgos. Siempre les parece que aún no han reflexionado suficientemente.
Quizá son personas que fueron educadas con excesiva dureza, o con excesiva blandura, que sufrirán mucho en su vida a consecuencia de ese apocamiento de carácter. Es como si hubieran quedado heridas en el núcleo de su personalidad, con unas heridas que sangrarán por mucho tiempo, y que harán difícil asumir el riesgo de sus decisiones personales y superar el desánimo de posibles frustraciones.
Una buena formación del carácter ha de fomentar tanto las decisiones rápidas como la reflexión, la libertad como la responsabilidad, la pasión como el juicio.
El verdadero consejero, el verdadero educador, jamás debe dejarse seducir por esa especie de compasión que le llevaría a limitarse a prescribir acciones, recetar criterios e imponer conductas. Educar exige ayudar al perplejo a reconocer su verdadero problema, dejándole luego la responsabilidad de tomar él mismo sus decisiones.
Para no quedarse habitualmente paralizados ante la duda, para no tirar la toalla a la primera dificultad, para no cambiar inmediatamente de objetivo en cuanto este se presenta costoso, para todo eso, es preciso educar y educarse en un ambiente de cierta resolución ante los habituales problemas de la vida.
Para lograrlo, es preciso fortalecer la voluntad, imponerse el cumplimiento de actos que a uno le cuestan, obligarse a decidir a un plazo determinado, no sustraerse a la realidad, por dura que sea. Así, poco a poco, la voluntad indecisa se irá consolidando.
Se trata de una cuestión importante, porque la vida de cualquier persona requiere ordinariamente una considerable capacidad de decisión. No hay que olvidar que –como dice J. R. Ayllón–, el gobierno más difícil es el gobierno de uno mismo, que supone colocar y mantener la razón en el vértice de una pirámide donde se amontonan libertades, deberes, responsabilidades, sentimientos, afinidades, deseos, aficiones, e incluso manías y rarezas. Una especie de circo nada fácil de gobernar, sobre todo para las personas indecisas.
Publicado en ABC digital
El olvido de la dimensión personal, reduciéndolo a su dimensión material, no sólo hace daño a la naturaleza del ser humano, sino que perjudica y ralentiza enormemente los avances de la ciencia.
Shinya Yamanaka, director del centro iPS de Kioto, fue el investigador que puso fin a la polémica por la utilización de embriones en tratamientos médicos. Halló una alternativa ética y la ciencia dio un salto de los que marcan historia
Cuando media humanidad debatía sobre la conveniencia de legalizar la clonación y destruir embriones para utilizar sus células madre, Shinya Yamanaka demostró que insertando cuatro genes podía transformar una célula de la piel en una que se comportara como si fuera embrionaria. Ese nuevo tipo celular, que llamó iPS, era el punto de partida para generar en el laboratorio neuronas, células musculares, cardiacas... para reparar cualquier órgano dañado y tratar enfermedades incurables. Fue un avance revolucionario que le ha merecido el Premio Fronteras del Conocimiento de la Fundación BBVA. El galardón lo recibe hoy en Madrid.
—Se formó como cirujano ortopédico, ¿por qué abandonó el bisturí por los ratones de laboratorio?
—Porque no era tan buen cirujano y aunque lo hubiera sido nunca hubiera podido ayudar a tantas personas con enfermedades incurables como las lesiones medulares o el alzhéimer. La investigación básica era el camino.
—¿Fue la medicina regenerativa siempre su objetivo?
—Llegué por casualidad. Cuando empecé a trabajar en el laboratorio hacía algo diferente, pero tuve unos resultados inesperados que me obligaron a cambiar mi trabajo. Luego conseguí otros resultados no esperados y acabé dedicándome a las células madre.
—Dicen que al observar al microscopio un embrión, le pareció ver a su hija y por eso decidió buscar una alternativa a las células embrionarias ¿es cierto?
—Sí, es verdad. Mis hijas me hicieron pensar en que había que buscar otra vía para evitar la destrucción de embriones. Pero no estoy en contra de la utilización de células embrionarias. Si fuera la única forma de ayudar a personas enfermas, las utilizaría.
—Su trabajo revolucionó la medicina regenerativa. Cuando vio lo conseguido, ¿cuál fue su reacción?
—No sé si debemos hablar de revolución. Esperamos que nuestras nuevas iPS sustituyan a las células embrionarias, aunque necesitamos confirmarlo.
—Y en ese «momento eureka», al menos se le aceleraría el corazón
—Sí, exactamente eso fue lo que ocurrió. Estábamos muy sorprendidos porque habíamos empezado este proyecto diez años antes y no contábamos con tener resultados antes de 30.
—¿Estamos más cerca de aplicar su estrategia en pacientes?
—Mucho más cerca. La eficacia de la generación de las células iPS es ahora mucho mejor que hace cinco años.
—¿Y también más segura? Se temía que su aplicación pudiera conllevar un mayor riesgo de cáncer
—Para ser sincero, el riesgo aún no es cero, aunque comparado con lo que teníamos hace cinco años hemos avanzado mucho. Se ha sustituido un oncogén utilizado en el proceso que podría provocar el desarrollo de un cáncer. Será imposible llegar al cien por cien de seguridad. Lo haremos lo mejor que podamos, pero tenemos que estar preparados por si sucede algo imprevisto.
—¿En qué enfermedad están pensando para empezar a probar estas células en pacientes?
—Se quiere empezar a tratar problemas del ojo y la retina, como la degeneración macular. Así se podrá ver lo que ocurre en el ojo desde fuera.
—El ojo también está conectado al cerebro, ¿no es ese un mayor riesgo?
—De alguna manera sí. Pero si vemos unas células malas en la retina después del trasplante es fácil matarlas con láser.
—¿Se tiene ya una fecha para ese primer ensayo clínico?
—Ya hay un grupo en Japón que está a punto de iniciar ensayos clínicos de aquí a tres años para tratar la degeneración macular. Para otras enfermedades se necesitará más tiempo y más aún para que se convierta en un tratamiento generalizado.
—Su tecnología es muy poderosa y no está libre de debates éticos. ¿No necesitaría una regulación que marque los límites de su aplicación?
—Sí, sin duda. A partir de las células iPS se pueden fabricar espermatozoides y óvulos. Después bastaría un tratamiento de fecundación in vitro para crear una vida. Nosotros no estamos pensando en fabricar bebés, queremos entender por qué un hombre y una mujer son estériles y desarrollar nuevos fármacos contra la infertilidad. Las posibilidades son fantásticas, pero necesita una regulación. El gobierno japonés nos permite crear espermatozoides y óvulos para estudiarlos, pero hay un límite claro y se prohíbe la fecundación.