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lunes, 29 de enero de 2018

Las 95 tesis de Wittenberg. En los comienzos de la reforma luterana

En octubre de 1517, Martín Lutero fijó sus famosas tesis de Wittenberg y dio comienzo a su reforma
El presente artículo cierra el 500 aniversario, y complementa el dossier dedicado al tema en el número de abril de ‘Revista Palabra’.
Hace 500 años, el 31 de octubre de 1517, Lutero publicó 95 tesis en la ciudad de Wittenberg, que hoy también se llama “ciudad de Lutero” (Lutherstadt). De este modo el joven profesor universitario deseaba invitar a una discusión científica sobre las indulgencias, tal y como era usual en su tiempo, pero también oponerse a puntos de la doctrina católica.

¿Cómo salvarse?

Al entrar en la iglesia de Wittenberg, unas palabras nos recuerdan el mensaje central de Lutero: “La Salvación no puede ser ganada, ni con obras, ni con sacramentos, ni con indulgencias. Los creyentes se salvan únicamente a través de la gracia divina. Nadie puede hacer de mediador entre Dios y los hombres, tampoco el Papa ni la Iglesia”. ¿Cómo llega Lutero a esta afirmación que resumidamente describe su doctrina? “Somos pura materia. Dios es quien se encarga de la forma; todo en nosotros es obrado por Dios”. Esta afirmación, nuclear en su teología, ha ido madurando en él desde sus inicios como profesor de teología en la recién fundada universidad de Wittenberg.
Las conversaciones de Lutero con su director espiritual, Juan Staupitz, ejercieron una gran influencia sobre su pensamiento teológico, aunque posteriormente se separaría de él, radicalizando su postura. De él aprendió a unir la exégesis con la teología dogmática bajo el aspecto de lo que ambas significan en concreto, según él, “para nosotros”, pro nobis, y no tanto en sí misma.
Años más tarde afirmaría: “No me importa lo que Jesucristo es en sí mismo, tan solo me importa lo que representa para mí”. Toda su doctrina se reducirá a la pura cuestión soteriológica; sólo le interesa poder contestar esta pregunta: ¿qué he de hacer para salvarme?

“Solamente”

En 1513, poco después de suceder a Staupitz como profesor de teología en la universidad de Wittenberg, Lutero afirma que su doctrina, es decir sus nuevos planteamientos teológicos, habían comenzado gracias a los impulsos recibidos de él (cfr. Volker Leppin, Die fremde Reformation. Luthers mystische Wurzeln, Múnich, 2016, p. 46).
A partir de ahí desarrolla su teología, comprendiendo para ello la justificación del pecador desde los famosos sola/us: Solus Christus, Sola gratia, Sola fide, Sola Scriptura. Esta afirmación radical del “solamente” implica que el hombre no puede contribuir con nada propio a su salvación. Ni siquiera una conducta intachable, una vida ejemplar, una vida de oración o una búsqueda de Dios podrían cambiar la voluntad divina. Por lo tanto, concluye Lutero, “en caso de no pertenecer al grupo de los elegidos, nos deslizaríamos irremisiblemente por el camino de la condenación eterna”.
En una de sus famosas “conversaciones de sobremesa” (Tischreden), Martín Lutero reflexiona en voz alta sobre lo que fue el detonante para que decidiera fijar las 95 tesis en la puerta de la iglesia del Palacio de Wittenberg el 31 de octubre de 1517. El dominico Juan Tetzel había recibido del arzobispo de Maguncia, Albrecht, el encargo de predicar sobre la importancia de las indulgencias para salvarse. Según Lutero, “Tetzel no decía más que auténticas barbaridades: las indulgencias nos reconciliarían con Dios y esto ocurriría también en el caso de carecer de contrición e incluso sin haber hecho penitencia… Estas fantasías me obligaron a intervenir”. En su opinión, los predicadores de indulgencias lo hacían sin tener en cuenta la diferencia entre la remisión de la culpa y la remisión de las penas por los pecados, como demuestra la frase irónica que con frecuencia se atribuye a Tetzel: “Al sonar la moneda en la cajuela, el alma del fuego al paraíso vuela”. Para la gente sencilla, la confusión estaba muy extendida y la teología no ayudaba a dar una solución clara. Estas confusiones llevaron al teólogo Lutero a salir a la escena pública.

Las indulgencias

Es bien sabido que Lutero, de joven, con su conciencia escrupulosa, pensaba que cometía un pecado mortal si se saltaba alguna de las reglas y costumbres monásticas leves o alguna de las rúbricas de la liturgia.
Pero donde más se manifestaba su escrupulosidad era en su conciencia inquieta e intranquila. Nunca estaba en paz consigo mismo, y quería saber con seguridad si estaba en gracia de Dios o en pecado. Pues bien, ahora reacciona ardorosamente ante la confusión en el tema de las indulgencias, que le parecían una estafa. Éstas son sus palabras: “Aquellos que predican a la gente sencilla la entrada en el cielo a través de las indulgencias, en realidad las está conduciendo al infierno. También habría que proteger al mismo Papa por contribuir a estas herejías”.
El daño producido por la concesión de indulgencias consistía en que el pueblo, ignorante y rudo, atendía algunas veces no tanto al arrepentimiento y a la contrición interna como a la obra externa requerida, manifestando incluso más temor por la pena que por la culpa. Era uno de tantos peligros de falsa religiosidad contra los que Lutero protestó acertadamente, como habían hecho otros predicadores católicos anteriores a él: Lutero no fue el primero en criticar el tráfico o venta de indulgencias.
Para contrarrestar esta situación, y con la pretensión de que sirvieran como manuscrito básico para una discusión académica, publicó las 95 tesis. De acuerdo con el historiador protestante Volker Reinhardt (cfr. Luther der Ketzer, Rom und die Reformation, Múnich, 2016, p. 67), hoy algunos expertos vuelven a aceptar que, en efecto, Lutero clavara las tesis, como había afirmado su compañero reformista Felipe Melanchton. Publicó al mismo tiempo una carta al arzobispo Albrecht, a quien consideraba causante de todo el problema por el encargo dado a Tetzel de predicar sobre la eficacia de las indulgencias. Le acusa de incompetencia, sobre todo por contribuir a la confusión entre la gente más sencilla.
Efectivamente, una consecuencia peligrosa era la mezcla de lo espiritual con lo económico, como sucedió cuando las autoridades eclesiásticas se percataron de que la concesión de indulgencias podía convertirse en una fuente copiosa de ingresos para construir catedrales, hospitales o puentes. El aspecto espiritual de la concesión de indulgencias se oscureció más todavía cuando grandes banqueros como los Fugger de Augsburgo, intervinieron en el negocio, adelantando créditos a la Santa Sede a cambio de percibir un porcentaje importante en la recaudación de indulgencias.

Complejidad de los problemas

Si dirigimos nuestra atención al contenido de las 95 tesis, podemos llegar a una primera conclusión: se puede reconocer con Lutero que lo más relevante no es mirar a la satisfacción exterior del cristiano, sino a su contrición interior. Pero Lutero irá más lejos al afirmar que, si hay contrición, el penitente ya no necesita acudir al confesor. Los consejos de Juan Staupitz y las lecturas del místico Juan Tauler afirmaban que el penitente no necesitaría confesarse inmediatamente si hace un acto de contrición sincero y no hay en ese momento un confesor; pero Lutero radicaliza este pensamiento y afirman que el pecador ya no necesitaría confesar oralmente sus pecados mortales.
En la primera tesis podemos leer: “Jesucristo ha dicho: Haced penitencia porque el Reino de los Cielos está cerca”; y en la segunda: “Estas palabras no deben ser interpretadas como referidas al sacramento de la penitencia, es decir, a aquella penitencia con confesión oral y satisfacción que se realiza gracias al ministerio sacerdotal”. Ya en ellas Lutero elimina de un plumazo toda mediación sacerdotal entre Dios y los hombres. La consecuencia práctica después de haber leído la segunda tesis sería clara: “Si se entiende la penitencia en sentido bíblico, lo importante es tan solo el arrepentimiento y no la confesión con la boca o la satisfacción con obras”: según la doctrina luterana, la acción del sacerdote entre Dios y el pecador no sería necesaria.

Un carácter difícil

Martín Lutero rechazaba enérgicamente los abusos y errores de la predicación de Tetzel y protestaba con absoluta sinceridad. Pero incluso si la doctrina teológica de las indulgencias −considerada en teología un complemento del sacramento de la penitencia− se hubiese predicado con la mayor claridad teológica posible, no podía encajar en la cabeza de Lutero, pues desde 1514 a 1517 se habían forjado en su mente las bases de su teología luterana. Lutero no admitía el mérito de las buenas obras de los santos ni el valor de la satisfacción, y sostenía, en cambio, que solamente por la penitencia interior y por la confianza en Cristo se obtiene la remisión plena de la culpa y de la pena. Abominaba de una santidad con obras. Con sus 95 tesis quería mover a los altos dignatarios de la Iglesia a la penitencia sincera, pero por medio de la discusión polémica y con el fin de aniquilar las indulgencias e implantar la teología luterana.
Antes de comenzar con la exposición de las 95 tesis, Lutero escribe que las ha redactado por amor a la verdad y con el deseo de aclararla. No obstante, en la quinta tesis polemiza contra el Papa: “El Papa no quiere ni puede remitir otras penas que las que él impuso a su arbitrio o según los cánones”. En la 20 tesis especifica: “Lo que el Papa entiende por indulgencia plenaria no es la remisión de todas las penas en absoluto, sino tan sólo de las impuestas por él”. Tampoco falta la ironía en la redacción de algunas de sus tesis, tal es el caso de la número 82: “¿Por qué el Papa no vacía el purgatorio, dada su santísima caridad y la suma necesidad de las almas?”
Una lectura detenida de las 95 tesis permite apreciar el carácter complejo y atormentado de un autor lleno de contradicciones, de un monje piadoso que utiliza sus conocimientos retóricos de antítesis agudas con conocimientos humanísticos, y al mismo tiempo es pronto para utilizar expresiones de bajo nivel humano. Él mismo se describe en una ocasión como trágico, nostrae vitae tragoedia.

Subjetivismo

Para finalizar recordemos las afirmaciones de Joseph Lortz, gran experto de renombre mundial en la vida y en los escritos de Lutero.
Lortz afirma que, si bien Lutero tenía conocimientos profundos de la Biblia, se convirtió en víctima de su propio subjetivismo. En sus esfuerzos por entender lo que significa la salvación, interpretó la Sagrada Escritura a su manera y según sus necesidades. Hizo uso de los textos bíblicos de modo selectivo, y con frecuencia redujo el mensaje bíblico a fórmulas simples.
Según Lortz, Lutero se vio a sí mismo como un “profeta en el aislamiento” y por eso se aventuró, igual que los profetas, a interpretar las revelaciones bíblicas de acuerdo a sus necesidades. Como resultado, no siempre consiguió captar la plenitud de los mensajes bíblicos.
Su mensaje, pues, no es fácil, y conduce por caminos complejos a la visión protestante de la vida y de la fe.
Alfred Sonnenfeld
Universidad Internacional de La Rioja (UNIR)
Fuente: Revista Palabra.

Cómo recuperar la ilusión | Gestionar las emociones

sábado, 27 de enero de 2018

La madre es quien mejor sabe la verdad

Por Alfonso Aguiló

        Una mujer embarazada es quizá la primera en darse cuenta de que lo que lleva en su seno es un nuevo ser humano, distinto de todos los que han existido, existen y existirán.

        Y sabe bien que los intentos de distinguir la condición humana según si ha nacido todavía o no, o según las semanas o meses que lleva de gestación, o si era deseado o no, carecen de fundamento.

        Sabe que entre un feto en la primera semana de gestación -o en la última, es lo mismo-, y un recién nacido, no hay más diferencia que un poco de tiempo y la necesaria nutrición.

        Sabe que el aborto no es una simple interrupción del embarazo, como se dice evasivamente, quizá para intentar disfrazar con un eufemismo su innegable atrocidad. Sabe bien que abortar significa atentar contra un ser indefenso que, además, es su propio hijo.

        Cualquier persona que haya trabajado siquiera unos meses en un gabinete psicológico puede dar fe de hasta qué punto una mujer se siente aturdida, angustiada y desamparada después de un aborto; hasta qué punto quedan desoladas al darse cuenta de que han arrebatado una vida humana y no saben qué hacer para remediarlo. El sentimiento de culpa por haber abortado es quizá uno de los dolores más severos que una persona puede experimentar. El aborto no solo aniquila una vida humana no nacida, sino que también arruina psicológicamente a muchas mujeres.

        Un extenso estudio realizado en la Clínica Ginecológica de Würzburg (Alemania) por la doctora Maria Simon, concluía que algo más de un 35 % de las mujeres que han abortado sufren después fuertes oscilaciones de ánimo y estados depresivos; en torno a un 30 % padecen sentimientos de miedo, sin saber bien a qué se deben; un 37 % lloran con frecuencia sin apenas motivo aparente; aproximadamente el 45 % darían marcha atrás si pudieran hacerlo; el 55 % se sienten más nerviosas y menos equilibradas; el 61 % reprimen cualquier pensamiento en torno al aborto; el 52 % sufren con solo ver mujeres embarazadas; y al 70 % les viene con frecuencia a la cabeza la idea de cómo serían las cosas si el niño abortado viviese ahora.

        Muchas mujeres acusan a médicos y asesores de que no les habían informado suficientemente sobre las posibles consecuencias psíquicas. Si hubiesen sabido qué riesgos somáticos y psíquicos acarreaba, lo más probable es que no hubieran abortado.

        Las mujeres que mejor suelen superar el trauma del aborto son aquellas que intentan recuperar su equilibrio psíquico afrontando conscientemente el hecho del aborto. Lo hacen sobre todo a través de conversaciones con personas de confianza, como el marido, más frecuentemente una amiga o la madre, rara vez un médico. En esos casos, por lo general, la mujer intenta reconocer su culpa. No la reprime, no la proyecta en otros, ni recurre tampoco a justificaciones. El siguiente paso es arrepentirse del aborto. En esta fase se duele por su hijo muerto como por cualquier otro difunto querido. Raramente una madre logra convencerse de modo permanente de que aquello no era un ser humano vivo, su propio hijo.


miércoles, 24 de enero de 2018

Czesław Milosz: azote de totalitarismos

     Su conciencia le impedía disociar realidad y verdad, y menos todavía confundir realidad con ilusión, tal y como habían hecho las ideologías en Europa durante los dos últimos siglos, con trágicas consecuencias. 

     Acaba de cumplirse el centenario del nacimiento del escritor polaco, premio Nobel de Literatura en 1980. Su existencia se movió bajo el signo de la incomprensión, dentro y fuera de su país. Se explica por no simpatizar con el nacionalismo chovinista, imperante en la Polonia de entreguerras, ni tampoco con el determinismo ciego del totalitarismo comunista. Pero lo que realmente le sublevaba a Czesław Milosz era la actitud de los intelectuales que habían renunciado a su espíritu crítico para acogerse a las prebendas del estalinismo. 

     Milosz siempre creyó en «la divina y maravillosamente compleja imprevisibilidad de la vida». En uno de sus poemas llegó a escribir que la moderación podía ser la mayor de las rebeldías. Era incapaz de violentar su conciencia para venderse a las ideologías del momento, y en una ocasión escribió a su compatriota Juan Pablo II que su principal preocupación era no ignorar la ortodoxia católica en sus creaciones. Karol Wojtyla, poeta como el propio Milosz, le respondió que él también compartía ese objetivo.  Fue calificado de conciencia moral de Europa, después de publicar en Francia El pensamiento cautivo (1953), demoledora exposición sobre la actitud de los intelectuales que habían renunciado a su espíritu crítico para acogerse a las prebendas de los regímenes estalinistas.

      Tras la Segunda Guerra Mundial, y precisamente por ser "amigo de la razón", según se definió él mismo, Milosz soñaba con transformar la realidad polaca.   Sin embargo, el comunismo, hijo del racionalista Marx, se le reveló enseguida como un peligroso adversario de la razón. No podía ser de otro modo, dado el carácter escatológico de una teoría que buscaba el paraíso en este mundo. Lo peor es que, durante sus años de exilio en Occidente, en París o en el campus de Berkeley, Milosz encontró una irracional y peligrosa atracción de los intelectuales hacia las ideas comunistas.   Mucho tiempo después, un nonagenario Milosz arremetería contra la filosofía de Jacques Derrida, considerada como hija póstuma del marxismo, que tiene no poco de filología y de obsesión por liberarse de toda lógica racional.

     La deconstrucción, defendida por el filósofo francés, es muy útil para políticas de corte orwelliano, en las que el hombre queda reducido a un mero producto lingüístico.   A Milosz no le gustaban las ideologías negadoras de la realidad. En su discurso de aceptación del Nobel, planteó la similitud de la escéptica pregunta de nuestro tiempo: ¿Qué es la realidad?, con la no menos incrédula de Pilatos: ¿Qué es la verdad? Y es que la conciencia del escritor le impedía disociar realidad y verdad, y menos todavía confundir realidad con ilusión, tal y como habían hecho las ideologías en Europa durante los dos últimos siglos, con trágicas consecuencias.   Pese a todo, nuestro autor fue siempre un "catastrofista optimista", en expresión acuñada por un grupo de poetas lituanos que, en la década de 1930, presentían terribles amenazas para Europa. Lo fue durante la insurrección de Varsovia de 1944, en las cuatro décadas de comunismo y en la más cercana ampliación de la UE, a la que no consideraba como un riesgo para la cultura centroeuropea. 

     Quienes no podían contrarrestar sus argumentos solían recurrir a las descalificaciones personales. En su libro autobiográfico, Abecedario, Milosz enumera algunos de los calificativos que le hicieron en su vida: astuto, cómodo, adorador del dinero, esteta al que no le interesan las personas, vanidoso, arrogante, mujeriego... En realidad, era mucho más frágil de lo que pudiera pensarse, y sabía expresar abiertamente sentimientos de culpa y de vergüenza, pese a que en la sociedad contemporánea hay quien considere esto como una debilidad de la que conviene deshacerse. 

     En cambio, Milosz poseía la sabiduría profunda de reconocer que un mismo hombre es capaz de realizar los actos más heroicos y los más viles. Los hombres son seres divididos, por mucho que las utopías ideológicas hayan pretendido ignorarlo. Según el escritor, esa división podría explicar que la gente acudiera a las iglesias. Las ideologías les han enseñado que sólo existe una realidad material. Por el contrario, entrar en una iglesia, sobre todo en la misa del domingo, supondría la voluntad de encontrarse con una realidad diferente a la que se considera como la única verdadera. 

     Milosz comprendía bien el dicho evangélico de que no son los sanos, sino los pecadores, los que necesitan médico. El cristianismo, a diferencia de las ideologías elevadas a la categoría de religiones, no es para seres perfectos, personas con una fe incombustible, y versadas en lecciones teológicas. Los cristianos no acuden a la iglesia porque se consideren elegidos. Van porque se sienten necesitados, porque son pecadores y quieren acercarse a una dimensión trascendente. A este respecto, escribía nuestro autor: «Participando en la Misa, una vez más, negamos que el mundo carezca de sentido y compasión, entramos en una dimensión donde cuentan la bondad, el amor y el perdón».  Antonio R. Rubio Plo. Analista internacional

martes, 23 de enero de 2018

Los archivos del Pentágono


The Post
Contenidos: ---
Reseña: 
En junio de 1971, el New York Times, el Washington Post y los principales periódicos de EE.UU. tomaron una valiente posición en favor de la libertad de expresión, informando sobre los documentos del Pentágono y el encubrimiento masivo de secretos por parte del gobierno que duró cuatro décadas y cuatro presidencias estadounidenses. En ese momento, Katherine Graham (Meryl Streep), del Post, seguía buscando su lugar como la primera mujer editora del periódico, y Ben Bradlee (Tom Hanks), el volátil director, intentaba relanzar un periódico en decadencia. Juntos, formaron un equipo improbable, ya que se vieron obligados a unirse y tomar la audaz decisión de apoyar al New York Times y luchar contra el intento sin precedentes de la Administración Nixon de restringir la primera enmienda.
Una película más dentro de la amplia tradición del cine periodístico estadounidense, en donde son puntas de lanza los clásicos Primera plana o Todos los hombres del presidente y filmes más recientes como Matar al mensajero o Spotlight. El mérito del guión de Josh Singer –forjado en películas de línea similar, como El quinto poder o la citada Spotlight– es haber logrado una narración de enorme fluidez que se despliega como si se tratara de una película de intriga.
Spielberg ofrece con su film un explícito homenaje al periodismo clásico, al mundo del papel impreso –primer eslabón en la cultura, se dice en el film–, de los reporteros y sus fuentes, pero le da tiempo a tocar otros temas interesantes: la ineludible responsabilidad moral en la información; la no injerencia de los propietarios en el trabajo periodístico; la incipiente y difícil llegada de las mujeres a puestos de alta dirección; e incluso el vínculo esencial que comparten todos los medios, aun cuando compitan como leones en las calles.
Tom Hanks está soberbio… como el soberbio director del Washington Post, Ben Bradlee. Y Meryl Streep vuelve a merecer otro Oscar por su interpretación de Katharine Graham. Las demás interpretaciones son buenas. En definitiva, un notable thriller con más de una lección sobre Historia, sobre periodismo y sobre la vida misma.

Wonderstruck. El museo de las maravillas

Wonderstruck
Contenidos: ---
Reseña: 
Adaptada de la novela de Brian Selznick, el autor de La invención de Hugo, sigue durante dos épocas diferentes los pasos de Ben y Rose. Estos dos niños desean en secreto que su vida sea diferente; Ben sueña con el padre que nunca ha conocido, mientras que Rose, aislada por su sordera, se obsesiona con la carrera de una misteriosa actriz (Julianne Moore). Cuando Ben descubre entre las cosas de su madre (Michelle Williams) la pista que podría conducirle hasta su padre y Rose se entera de que su ídolo estará pronto en escena, los dos niños se lanzan en una búsqueda de fascinante simetría que les conducirá hasta Nueva York.
La trama discurre en dos tiempos separados por medio siglo de distancia, y presentados en color y en blanco y negro, donde los saltos de uno a otro hilo narrativo, hasta que quedan claras sus interconexiones, se producen con soltura, con tramos a veces de cierta duración, y en otras ocasiones de sorprendente brevedad, pero que sorprendentemente nunca chirrían.
La película respira una magia muy especial, donde el mundo de la cultura, de los libros y los museos, de los dioramas y las maquetas, del cine, invita a la curiosidad por el conocimiento que crea lazos con los demás.
El film es un canto a la familia y a la amistad, capaz de sobreponerse a las dificultades que se dan en la vida, donde hay momentos para la aventura, la risa y la emoción genuinas. Las interpretaciones son buenas.

lunes, 22 de enero de 2018

Las cualidades de los que gobiernan

Por Fernando Hurtado

     Las personas que gobiernan han de ser los mejores, moral e intelectualmente; en todos los sentidos, sobre todo en el plano personal. Debe advertirse de manera patente. Como no hay muchas personas que reúnan esas condiciones, los ciudadanos han de saber elegir. Si colocan al frente de un gobierno a una persona sin valores, que se esperen lo peor.

     La persona fiel a su compromiso matrimonial es más fácil que sea fiel a otros; la que es infiel en su matrimonio, tiene también connaturalizad y facilidad a ser infiel con los demás.

     El materialismo no sólo supone la primacía de los bienes materiales sobre las personas, sino que llega a alcanzar al propio corazón que se hace duro, como de piedra, con los demás. El predominio de lo humano, es el predominio de lo espiritual, que es lo personal.  Para tratar a las personas como personas -a cualquier persona y siempre- debe haber una ausencia fuerte  en el que gobierna de materialismo. Con corazón materializado son más importantes las cosas que las personas, y sólo se ven masas cosificadas. Un ejemplo sencillo: el aborto supone supeditar la persona a cosas.

     El que gobierna debe ser el primero en afán de servicio, general y concreto.  Es deseable que tenga una dosis aceptable de inseguridad ante la tarea que tiene por delante, para no tomar decisiones solo. Hay que pedir consejo: es absolutamente necesario para ser prudente sumar inteligencias. 

     Deben gobernar los amantes de la libertad, y no los que quieren imponer ideologías, que por ser suyas, personales, o de su grupo, o de su partido, no son de todos, y supondrían una cierta violencia a la libertad, voluntad y conciencia  de los demás. Las ideologías -no las buenas ideas que alcanzan lo verdadero, lo bueno y lo bello- han de quedar fuera de la persona que gobierna. La idea de la búsqueda del bien para todos y con todos es lo propio del buen gobernante. La imposición de sus esquemas personales le convertiría en tirano. Tenemos suficientes ejemplos de tiranos, y de grupos de tiranos, en el recientísimo siglo y en el actual, para temer a las ideologías como al más peligroso de los virus. Sólo basta contar aproximadamente los centenares de millones de asesinatos que las ideologías han producido en los últimos 150 años (no he dicho por casualidad 150).

Francisco da la contraseña a los jóvenes: “¿Qué haría Cristo en mi lugar?”

 Discurso a los jóvenes chilenos. Santuario de Maipú, 17 enero 2018

Yo también, Ariel, estoy gozoso de estar con ustedes. Gracias por tus palabras de bienvenida en nombre de todos los aquí presentes. Igualmente estoy agradecido de poder compartir este tiempo con ustedes; se bajaron del sofá y se pusieron los zapatos, ¡gracias! (aplauso).
        Considero muy importante poder encontrarnos y caminar juntos un rato, ¡que nos ayudemos a mirar hacia delante! Gracias! (aplauso).
        Me alegra que este encuentro se realice aquí en Maipú. En esta tierra donde con un abrazo de fraternidad se fundó la historia de Chile (aplauso); en este Santuario que se levanta en el cruce de los caminos del Norte y del Sur, que une la nieve y el océano, y hace que el cielo y la tierra tengan un hogar. Hogar para Chile, hogar para ustedes, queridos jóvenes, donde la Virgen del Carmen los espera y recibe con el corazón abierto. Así como acompañó el nacimiento de esta Nación y acompañó a tantos chilenos a lo largo de estos doscientos años, quiere seguir acompañando esos sueños que Dios pone en vuestro corazón: sueños de libertad, sueños de alegría, sueños de un futuro mejor. Esas ganas, como decías vos, Ariel, de «ser los protagonistas del cambio». Ser protagonistas. La Virgen del Carmen los acompaña para que sean los protagonistas del Chile que sus corazones sueñan. Y sé que el corazón de los jóvenes chilenos sueña, y sueña a lo grande, (no solo cuando están un poco curaditos, no) ¡sueñan a lo grande! porque de estas tierras han nacido experiencias que se fueron expandiendo y multiplicando a lo largo de diferentes países de nuestro continente. ¿Quiénes las impulsaron? Jóvenes como ustedes que se animaron a vivir la aventura de la fe. Porque la fe provoca en los jóvenes sentimientos de aventura que invita a transitar por paisajes increíbles, nada fáciles, nada tranquilos… pero a ustedes les gustan las aventuras y los desafíos.
        Excepto los que no se atrevieron a bajarse del sofá y a ponerse los zapatos (…) Es más, se aburren cuando no tienen desafíos que los estimulen. Esto se ve claramente, por ejemplo, cada vez que sucede una catástrofe natural: tienen una capacidad enorme para movilizarse, que habla de la generosidad de sus corazones.
        El amor a la patria es un amor a la madre, la llamamos “madre patria” (…) Por eso quise empezar con esta referencia de la madre, y de la madre patria. (…) Si no son patriateros, no van a hacer nada en la tierra. (…)
        En mi trabajo como obispo pude descubrir que hay muchas, pero muchas, buenas ideas en los corazones y en las mentes de los jóvenes. Y eso es verdad, ustedes son inquietos, buscadores, idealistas. ¿Saben quién tiene el problema? El problema lo tenemos los grandes que, muchas veces, con cara de sabiondos, decimos: «Piensa así porque es joven, ya va a madurar». Pareciera que madurar es aceptar la injusticia, es creer que nada podemos hacer, que todo fue siempre así. (…)
        Y teniendo en cuenta toda la realidad de los jóvenes he querido realizar este año el Sínodo y, antes del Sínodo, el Encuentro de jóvenes para que se sientan y sean protagonistas en el corazón de la Iglesia; que nos ayudemos a que la Iglesia tenga un rostro joven, no precisamente por maquillarse con cremas rejuvenecedoras, sino porque desde su corazón se deja interpelar, se deja cuestionar por sus hijos para poder ser cada día más fiel al Evangelio. ¡Cuánto necesita la Iglesia chilena de ustedes, que nos «muevan el piso» y nos ayuden a estar más cerca de Jesús! Sus preguntas, su querer saber, su querer ser generosos son exigencias para que estemos más cerca de Jesús. Todos estamos invitados una y otra vez a estar cerca de Jesús.
        Déjenme contarles una anécdota. Charlando un día con un joven le pregunté qué lo ponía de mal humor. Él me dijo: «Cuando al celular se le acaba la batería o cuando pierdo la señal de internet». Le pregunté: «¿Por qué?». Me responde: «Padre, es simple, me pierdo todo lo que está pasando, me quedo fuera del mundo, como colgado. En esos momentos, salgo corriendo a buscar un cargador o una red de wifi y la contraseña para volverme a conectar».
        Eso me hizo pensar que con la fe nos puede pasar lo mismo. Después de un tiempo de camino o del «embale» inicial, hay momentos en los que sin darnos cuenta comienza a bajar «nuestro ancho de banda» y empezamos a quedarnos sin conexión, sin batería, y entonces nos gana el mal humor, nos volvemos descreídos, tristes, sin fuerza, y todo lo empezamos a ver mal. Al quedarnos sin esa «conexión» que le da vida a nuestros sueños, el corazón comienza a perder fuerza, a quedarse también sin batería y como dice esa canción: «El ruido ambiente y soledad de la ciudad nos aíslan de todo. El mundo que gira al revés pretende sumergirme en él ahogando mis ideas».[1]
        Sin conexión, sin la conexión con Jesús, terminamos ahogando nuestras ideas, nuestros sueños, nuestra fe y nos llenamos de mal humor. De protagonistas —que lo somos y lo queremos ser— podemos llegar a sentir que vale lo mismo hacer algo que no hacerlo. Quedamos desconectados de lo que está pasando en «el mundo». Comenzamos a sentir que quedamos «fuera el mundo», como me decía ese joven. Me preocupa cuando, al perder «señal», muchos sienten que no tienen nada que aportar y quedan como perdidos. Nunca pienses que no tienes nada que aportar o que no le haces falta a nadie. Nunca. Ese pensamiento, como le gustaba decir a Hurtado, «es el consejo del diablo» que quiere hacerte sentir que no vales nada… pero para dejar las cosas como están. Todos somos necesarios e importantes, todos tenemos algo que aportar.
        Los jóvenes del Evangelio que escuchamos hoy querían esa «señal» que los ayudara a mantener vivo el fuego en sus corazones. Querían saber cómo cargar la batería del corazón. Andrés y el otro discípulo —que no dice el nombre, y podemos pensar que ese otro discípulo somos cada uno de nosotros— buscaban la contraseña para conectarse con Aquel que es «Camino, Verdad y Vida» (Jn 14,6). A ellos los guió Juan el Bautista. Y creo que ustedes tienen un gran santo que les puede hacer de guía, un santo que iba cantando con su vida: «contento, Señor, contento». Hurtado tenía una regla de oro, una regla para encender su corazón con ese fuego capaz de mantener viva la alegría. Porque Jesús es ese fuego al cual quien se acerca queda encendido.
        La contraseña de Hurtado era muy simple —si se animan me gustaría que la apunten en sus teléfonos—. Él se pregunta: «¿Qué haría Cristo en mi lugar?». En la escuela, en la universidad, en la calle, en casa, entre amigos, en el trabajo; frente al que le hacen bullying: «¿Qué haría Cristo en mi lugar?». Cuando salen a bailar, cuando están haciendo deportes o van al estadio: «¿Qué haría Cristo en mi lugar?». Es la contraseña, la batería para encender nuestro corazón, encender la fe y la chispa en los ojos. Eso es ser protagonistas de la historia. Ojos chispeantes porque descubrimos que Jesús es fuente de vida y alegría. Protagonistas de la historia, porque queremos contagiar esa chispa en tantos corazones apagados, opacos que se olvidaron de lo que es esperar; en tantos que son «fomes» y esperan que alguien los invite y los desafíe con algo que valga la pena. Ser protagonistas es hacer lo que hizo Jesús. Allí donde estés, con quien te encuentres y a la hora en que te encuentres: «¿Qué haría Jesús en mi lugar?». La única forma de no olvidarse de una contraseña es usarla. Todos los días. Llegará el momento en que la sabrán de memoria, y llegará el día en que, sin darse cuenta, su corazón latirá como el de Jesús.
        Porque no basta con escuchar alguna enseñanza religiosa o aprender una doctrina; lo que queremos es vivir como Jesús vivió. Por eso los jóvenes del Evangelio le preguntan: «Señor, ¿dónde vives?»;[2] ¿cómo vives? Queremos vivir como Jesús, Él sí que hace vibrar el corazón.
        Arriesgarse, correr riesgos. Queridos amigos, sean valientes, salgan «al tiro» al encuentro de sus amigos, de aquellos que no conocen o que están en un momento de dificultad. Vayan con la única promesa que tenemos: en medio del desierto, del camino, de la aventura, siempre habrá «conexión», existirá un «cargador». No estaremos solos. Siempre gozaremos de la compañía de Jesús, de su Madre y de una comunidad. Ciertamente una comunidad que no es perfecta, pero eso no significa que no tenga mucho para amar y para dar a los demás.
        Queridos amigos, queridos jóvenes: «Sean ustedes los jóvenes samaritanos que nunca abandonan a un hombre tirado en el camino. Sean ustedes los jóvenes cirineos que ayudan a Cristo a llevar su cruz y se comprometen con el sufrimiento de sus hermanos. Sean como Zaqueo, que transforma su corazón materialista en un corazón solidario. Sean como la joven Magdalena, apasionada buscadora del amor, que sólo en Jesús encuentra las respuestas que necesita. Tengan el corazón de Pedro, para abandonar las redes junto al lago. Tengan el cariño de Juan, para reposar en Él todos sus afectos. Tengan la disponibilidad de María, para cantar con gozo y hacer su voluntad».[3]
        Amigos, me gustaría quedarme más tiempo. Gracias por este encuentro y por su alegría. Les pido un favor: no se olviden de rezar por mí.
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[1] La Ley, Aquí.
[2] Jn 1,38.
[3] Card. Raúl Silva Henríquez, Mensaje a los jóvenes (7 octubre 1979).

martes, 16 de enero de 2018

La política espectáculo de ‘Fire and Fury’






El libro del periodista Michael Wolff Fire and Fury: Inside The Trump White House está batiendo cifras de ventas en Estados Unidos. Wolff no era demasiado conocido por el público norteamericano, aunque había ganado dos National Magazine Awards y publicado varios libros, entre otros, una biografía sobre Rupert Murdoch. El interés de Fire and Fury es relativo, pues muchos de los sucesos que cuenta no suponen grandes revelaciones. Con todo, la irritación de Trump ante la salida de esta obra le ha dado más publicidad de la que podía esperarse en otras circunstancias.
Hay un recomendable libro del periodista Manuel Erice que relata la campaña electoral que llevó al magnate neoyorquino a la Casa Blanca: Trump. El triunfo del showman. El incisivo título es muy ajustado a la realidad y explica el éxito de libros como Fire and Fury, pues en EE.UU. está triunfando la “política espectáculo”, que se asemeja a una campaña electoral continua o a un programa de televisión pendiente exclusivamente de las audiencias.

Golpes de efecto


Este tipo de política, en la que lo menos importante parece ser la propia política, se sirve tanto de las redes sociales como de los noticiarios de las grandes cadenas mediáticas pasando por los bestsellers. Es un estilo de política que vive de los golpes de efecto, de las simpatías y las antipatías personales. No busca vencer ni mucho menos convencer sino, por encima de todo, resistir. Quien sepa resistir a un adversario que le atacará por todos los medios, convencionales o no convencionales, será el vencedor.
Ni que decir tiene que un político resistente, cuyo arquetipo es Trump, se presentará ante la opinión pública haciendo gala de victimismo. Por eso, resulta dudoso que sea muy duradero el éxito de un libro dirigido contra Trump, en el que se exhiben sus defectos y limitaciones, así como las de sus colaboradores. Las declaraciones de Wolff de que va a ser un golpe decisivo contra su presidencia no dejan de ser uno de los aspectos de una operación de marketing.
El efectismo del libro está presente en el título, Fire and Fury,supuestamente tomado de las amenazas que lanzó Trump en su cuenta de Twitter contra el líder norcoreano Kim Jong-un, pero también podría interpretarse como una variación de una cita shakesperiana, Sound and Fury. El Nobel William Faulkner la utilizó para una de sus novelas, y la cita completa, tomada del acto V de Macbeth dice así en su traducción española: “La vida es un cuento contado por un idiota, lleno de ruido y de furia, que no tiene ningún sentido”.
Del mismo modo, para Wolff, la presidencia de Trump resultaría un absurdo, pues la ejerce un hombre que no está en pleno uso de sus facultades mentales. Fire and Fury sería un libro destinado a demostrarlo. Está en la línea de un libro, aparecido hace pocos meses, The Dangerous Case of Donald Trump, en el que veintisiete expertos en psiquiatría y salud mental ponían en duda el estado psíquico del inquilino de la Casa Blanca.
Sin embargo, podríamos añadir que el presidente Trump no tiene todas las limitaciones que le atribuye Wolff. De entrada, sabe con quién compararse para llegar a un público amplio. De hecho, en uno de sus tuits recientes equiparaba su situación a la de Ronald Reagan, el presidente conservador más valorado por sus compatriotas. Recordaba Trump que un día se difundieron informaciones que cuestionaban su aptitud para el cargo y, pese a todo, consiguió resolver la situación. Otro tanto iba a hacer él.
No es la primera vez que Trump se compara con Reagan. El Make America Great Again de su campaña electoral es un eslogan tomado de aquel presidente, con el evidente propósito de subrayar la pérdida de hegemonía norteamericana durante la presidencia de Obama, comparado implícitamente con Jimmy Carter, símbolo de las horas más bajas de una Administración demócrata.

¿Un presidente o un monarca medieval?

Uno de los aspectos más llamativos de Fire and Fury es su insistencia en que Trump no aspiraba a ser presidente y que estaba convencido de que no iba a ganar, aunque tampoco admitiría su derrota y aseguraría que le habían robado las elecciones. Convencido de que Donald Trump es un showman, Wolff compara este planteamiento con la película Los productores de Mel Brooks (1968), cuyos protagonistas planean hacerse ricos por medio de una especulación financiera, que solo será posible si la obra que estrenan en Broadway es un absoluto fracaso. Sin embargo, el plan no sale adelante porque la obra resulta un éxito al tomarla los críticos por una pieza satírica.
¿Perder la carrera presidencial habría sido realmente un éxito para un afortunado hombre de negocios como Trump? Se diría que Michael Wolff lo cree así, pues concibe al protagonista de su libro más como un personaje que como una persona de carne y hueso. De hecho, ilustra el ambiente que rodea a Trump con el de Mad Menuna serie de televisión, que duró siete temporadas en EE.UU. Se trata de una recreación de una agencia publicitaria de los años 60, con variados ingredientes de machismo, acoso sexual en el trabajo, alcoholismo, adulterio, misoginia, racismo… De todo eso se encuentra en la vida de Trump, según Wolff.
A lo largo del libro, Donald Trump no siempre ocupa el centro del escenario. Por sus páginas desfilan colaboradores actuales y otros que cayeron en desgracia. Son nombres ampliamente aireados por los medios: Steve Bannon, Stephen Miller, Reince Priebus, Jared Kushner, Anthony Scaramucci… Estos asesores desarrollaron un papel destacado en la campaña presidencial, pero algunos no han podido pasar más que unos pocos meses en la Casa Blanca.
Su jefe no es un experto en política, capaz de guardar las formas, sino un magnate inmobiliario acostumbrado a despedir gente a su antojo. Trump parece seguir el consejo que una vez le dieron de que es más importante rodearse de colaboradores de confianza que las propias políticas de gobierno. Y es que los medios cubren con más interés sus nombramientos que sus políticas cotidianas. Desde una estrategia de imagen como la de Trump, esas personas son, por sí mismas, las políticas. No obstante, aquí asistimos a una paradoja: si Trump no quiere ser dependiente de nadie, y menos aún de los expertos, el destino de sus colaboradores será vivir en la inestabilidad.
Esto guarda similitud, en opinión de Mathew d’Ancona, de The Guardian, más con la corte de un monarca medieval, pendiente de sus chambelanes y condestables, que con los asesores del ala oeste de la Casa Blanca. Las opiniones del séquito presidencial siempre pueden ser relegadas. La última palabra la tiene el presidente, acostumbrado a comportarse como si todavía estuviera viviendo en la Torre Trump de Nueva York, su residencia desde 1981. Según Wolff, Trump es un hombre que no escucha y quiere ser el último en hablar. Tiene un alto concepto de sí mismo, pues hace poco se definía en un tuit como un genio, ya que de otro modo no se explicaría por qué se convirtió en multimillonario. Tampoco lee mucho, pues siempre ha sido un hombre de la era de la televisión.

Trump, el impredecible

La impredecibilidad del carácter de Trump no se presta demasiado a secundar las opiniones de los expertos. Hubo analistas que creyeron que siendo presidente se acomodaría a las circunstancias y moderaría sus actuaciones, pero se equivocaron de plano.
Por ejemplo, en política exterior no se podría asegurar, según el autor del libro, si Donald Trump es aislacionista o multilateralista. En el primer año de su presidencia hemos visto cómo ha sido capaz de entrevistarse con líderes tan dispares como Trudeau, Macron, Putin o Xi Jinping. Otras veces ha dado la imagen de querer desarrollar una política de línea dura por los nombramientos de militares como James Mattis, secretario de Defensa, y Herbert McMaster, consejero de Seguridad Nacional. Pero la conclusión que se extrae al final es que parece una política ideada para revisar por completo la agenda exterior de Obama, sobre todo en Oriente Medio y Afganistán. En este último país no ha optado por la retirada de las tropas sino por intensificar el esfuerzo militar, aunque dentro de unos límites, y manteniendo una presencia que es considerada estratégica.
Alyssa Rosenberg, del The Washington Post, ha hecho una interesante observación sobre el enfoque del libro. Según esta periodista, el verdadero protagonista debería haber sido Steve Bannon, el antiguo jefe de estrategia del presidente y uno de los artífices de su triunfo electoral. Bannon es un representante del nacional-populismo americano y ha presidido hasta hace poco Breitbart News, obsesionado por las teorías de la conspiración y la desconfianza hacia los políticos tradicionales. Bannon se consideraba a sí mismo un genio de la estrategia política capaz de darle una cobertura ideológica a un trumpismo que carecía de ella. Pero ese ha sido su gran error: Donald Trump resulta inclasificable e imprevisible. No existe el pensamiento Trump. De ahí que Bannon, tras siete meses como colaborador del presidente, se haya convertido en otro de sus críticos, y Trump le ha considerado un traidor por haber contribuido en no pequeña parte a la aparición del libro de Wolff.
A modo de conclusión, el éxito de Fire and Fury es exclusivamente mediático y está destinado a ser pasajero, promovido por un periodista que, según Masha Gessen en The New Yorker, es capaz de degradar el sentido de la realidad aunque cree la ilusión de reforzarla. En efecto, no es exagerado asegurar que el libro está a caballo entre la no ficción y la ficción, pues el autor no hace entrevistas ni aporta testimonios contrastados. Se limita a recrear conversaciones que dice haber mantenido con Trump y personas de su círculo. De este modo sus protagonistas, por mucho que pertenezcan a la vida real, adquieren casi la categoría de personajes de literatura.

domingo, 14 de enero de 2018

Las chicas del cable 2 (serie)


Telefonistas desesperadas
Telefonistas desesperadas

Comienza el año 1929. Sebastián Uribe, nuevo gerente, llega a la compañía telefónica, mientras que Lidia ha negociado la readmisión de trabajadores, y se ha convertido en secretaria de dirección, dejando muy atrás su pasado como fugitiva. Francisco sigue enfadado con ella después de que evitara que se implantase la automatización. A su alrededor, Carlota se debate entre el amor de una mujer, Sara, y el de un hombre, Miguel, pero no le ha explicado la situación a sus amigas. Ángeles trata de solucionar los problemas con su abusivo marido.
Segunda tanda de capítulos de la primera serie española de Netflix, de nuevo en torno al mismo tema, el empoderamiento de la mujer en una época complicada. Por lo demás, mantiene el sello de su productora, Bambú, creadora también de Velvet, aunque esta vez el arranque –con las chicas deshaciéndose de un cadáver sin que se sepa cómo han llegado a esa situación– y algunas otras secuencias recuerdan a la comedia Mujeres desesperadas.
Se repite la música moderna pese a la ambientación clásica, esta vez mejor acompasada con las imágenes, ya que en la primera temporada parecía fruto de una decisión tomada a última hora, como si durante el rodaje no se supiera que se iba a incluir. Por lo demás, se vuelve a hacer gala de una aceptable ambientación, en vestuario y escenarios.
Quizás se abusa de las casualidades y elementos ‘culebrunescos’, pero cumple su objetivo de enganchar al espectador. Los protagonistas realizan trabajos aceptables, quizás en esta ocasión haya mayor espacio para el lucimiento de Maggie Civantos, cuyo personaje evoluciona mucho de ama de casa sumisa a mujer fuerte enfrentada a su cónyuge. Entre los recién llegados destaca Ernesto Alterio, que ha ido mejorando como actor en los últimos años, y que consigue que interese saber más de su personaje, Uribe, nuevo jefe de las chicas
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¿Qué le pasa a la ONU?

   Por    Stefano Gennarini, J.D       La ONU pierde credibilidad con cada informe que publica. Esta vez, la oficina de derechos humanos de ...